De responsabilidad social, cazas de brujas y aplausos varios

El COVID-19 es una pandemia global que está afectando a todas las personas en múltiples aspectos de nuestras vidas. Desde como es natural, la preocupación por la salud, pasando por lo económico y nuestras relaciones intepersonales. Esto último sobre todo por el efecto del confinamiento. Después de casi dos meses sin prácticamente salir de casa ni mucho menos tener contacto directo con nadie empezamos a ver esa desescalada que nos llevará de vuelta a la «normalidad». Si no a la que teníamos en tiempos precoronavirus, a lo más parecido que se pueda alcanzar.

Hace escasos diez días veíamos como se empezaba a dar la opción de que menores de catorce años pudieran pasear con unas condiciones muy particulares de tiempo, distancia del hogar y compañía que se extendieron desde el pasado día 2 de mayo a personas adultas. Estos balones de oxígeno, en un momento en que seguir sin poder salir de casa se tornaba asfixiante, parecen haberse convertido en la excusa idónea para olvidar qué es lo que nos ha llevado hasta esta situación, cómo la estamos revirtiendo y cuáles son los riesgos reales que existen.

Vemos cómo el confinamiento ha dejado de percibirse por mucha gente como algo necesario para la salud de toda la población a parecer un capricho arbitrario. O que llevando una «mascarilla higiénica» nos volvemos inmunes ante cualquier amenaza, cuando su mayor función es prevenir contagiar al resto. También vemos cómo, al ablandar las condiciones del aislamiento hay personas que deciden ignorar las reglas. Que, aprovechando el caos de la marabunta, salen de cualquier manera, a cualquier lugar, en grupos y sin respetar ningún tipo de distanciamiento.

¿Dónde quedó la responsabilidad social? ¿De qué sirve salir a aplaudir a las 20:00 si a las 20:15 quedamos con medio barrio en la plaza a hacer botellón?

Un control policial en Madrid. Imagen de Telemadrid. De responsabilidad social, cazas de brujas y aplausos varios, opinión en Pájaro Comunicación.
Imagen de Telemadrid. El pasado fin de semana se confirmaron unos 70 botellones en Madrid

Ese último, si bien es un ejemplo muy particular, refleja el problema de fondo. Vivimos en un mundo hiperconectado, con acceso casi inmediato a la información sobre la actualidad. Y aún así nos perdemos entre cifras, curvas y palabras de terceras personas que nos cuentan la realidad a su manera. Como si de «Un Mundo Feliz» (novela de Aldous Huxley) se tratara, nos infantilizamos y eludimos nuestras responsabilidades para con el resto. De nada sirve haber pasado cincuenta días de confinamiento a cal y canto si el día cincuenta y uno hacemos como si no ocurriera nada. Los hospitales y UCIs no pueden soportar una avalancha de contagios por más tiempo que haya pasado, se trata de actuar con coherencia y solidaridad, no cediendo ante los caprichos o bajo el pensamiento de «si nadie puede decirme que lo que hago está mal no pasa nada».

Mientras tanto en los balcones

Imagen de un tweet de «Sure». La nota que una vecina encontró pegada en el edificio.

Al mismo tiempo y de manera casi paradójica nos encontramos con cazas de brujas 2.0. «Nadie tiene que sacar tanto al perro», «Ir al supermercado sí, pero aplaudir no» o «Sabemos que trabajas en un supermercado/hospital, vete a dormir a otro sitio», son algunos de los conceptos recriminatorios que hemos visto en más de una nota debajo de la puerta o, quienes van un paso más allá en el hostigamiento, pegadas en el ascensor. Esto demuestra cuánto se nos va de las manos cuando jugamos al «Gran Hermano» y lo comentamos con nuestra propia «Policía del Pensamiento» también conocida como Twitter. Estos conceptos, que aparecen en 1984, de George Orwell, hacen alusión a un mundo igual de prohibitivo que el que propone Huxley, pero de una manera totalmente opuesta. 

Como veis, la aparición del virus, el encierro y la desescalada está sacando a la luz dos caras de una misma moneda. Tanto quienes rechazan a su responsabilidad y cediendo así parte de su libertad, como quienes son víctimas y verdugos de las fuerzas balconiles de control, nos remiten a la misma conclusión. Tenemos que recuperar valores como la empatía, la solidaridad y la responsabilidad social si no queremos acabar viviendo un episodio de Black Mirror. Eso sí, con aplausos por doquier.

Y como recomendación personal, os animo a que leáis cualquiera de los dos libros, o ambos, ahora que tenemos tiempo.