Cuando las tareas no paran.
A menudo las situaciones extraordinarias suelen evidenciar otras, que bajo el velo de la “normalidad”, se fortalecen en lo cotidiano de la mano de la naturalización. Un ejemplo claro se da en la mayoría de los hogares donde las mujeres, en el marco del confinamiento obligatorio dispuesto por la pandemia, sufren la sobrecarga de tareas. Sin horarios, sin pausas, sin esparcimiento ni privacidad, las mujeres transitan sus días en el medio de una batería de tareas que las sigue teniendo como únicas protagonistas.
Una encuesta realizada por Unicef Argentina consultó acerca de las actividades que más sobrecarga les generan. Las vinculadas a la limpieza del hogar crecieron en un 32%, mientras que las de cuidados y cocina treparon al 28% y 20%. En el caso de los hombres, se ha detectado que son ellos, en su mayoría, quienes se ocupan de salir a hacer las compras, lo que refuerza el confinamiento de las mujeres.
Así, los datos evidencian que la distribución de tareas y el reparto de responsabilidades no dependen de quien pasa más horas en casa. Al mismo tiempo fortalecen la feminización del trabajo hogareño, que además de no estar remunerado, debe desarrollarse de manera paralela con el formal o asalariado, en caso de tenerlo.
Como si fuera poco la pandemia reforzó y dio continuidad a trabajos considerados esenciales como lo son la docencia y la salud, donde la tasa de feminización alcanza un 73,1% y un 66,7% respectivamente según un relevamiento de Economía Feminista. En otros casos, quienes además son madres debieron sumara a la lista, la ayuda en tareas escolares; una función que creció para ellas en un 22%.
Construir un espacio hogareño donde las tareas sean repartidas de manera ecuánime y sin etiquetas es la mejor manera que tenemos de demostrar al otre que lo respetamos, que su tiempo vale y que su trabajo importa. Es allí donde los lazos crecen en libertad y autonomía; es allí donde la verdadera igualdad se convierte en inspiración y modelo para quienes serán el futuro.
Porque como se suele decir, las palabras convencen, pero los ejemplos arrastran.