Las vidas de los negros importan
En el medio del caos la activista afroamericana, Tamika Mallory gritó: «La violencia fue lo que aprendimos de ustedes». Su voz, entre enérgica y quebrada, despabiló a una parte del mundo y logró por un instante que la atención se centre en las personas.
El discurso que dio en medio de la calle a quienes repudiaban el asesinato de George Floyd, el afroamericano de 46 años que murió el pasado 25 de mayo en Minneapolis, Minnesota, Estados Unidos, luego de que un policía se arrodillara sobre su cuello, hasta dejarlo sin aire para retenerlo detenido; fue la manifestación más directa de aquello que se esconde detrás de lo que denominamos el «racismo estructural».
La violencia en las calles, el fuego que destruye las dependencias policiales y la ira que atacan con palos y piedras la Casa Blanca en Washington, no son la causa de la «tensión racial» que cuentan los medios. Son más bien la representación de un costo social. Son personas que les ha tocado vivir en «el país de la libertad y las oportunidades» pero en la vereda de la opresión y la postergación.
A lo largo de décadas la fuerza de las palabras, la presión de los medios de comunicación y los grupos de poder, han consolidado en la sociedad norteamericana (como en todo el mundo), una multiplicidad de discursos basados en la argumentación binaria, la segmentación y la falsa dicotomía, que lejos de construir mejores espacios de vida democrática, se han encargado de alimentar miradas los suficientemente sesgadas y simplistas como para asegurar que los negros son malos y los blancos buenos.
Del mismo modo la industria armamentista, hizo del derecho a la privacidad y la seguridad un lema tan fuerte, que ya nadie se asombró cuando las balas de plomo podían compararse en el WalMart más cercano. Sin embargo, cuando un estudiante muere de un tiro dentro de la escuela, la culpa es de los jóvenes, su rebeldía y la música satánica que escuchan, claro.
Otro tanto han aportado los medios de comunicación disfrazando el gatillo fácil de delincuencia, al titular «murió» cuando debió decir «le mataron», fortaleciendo y avalando de esta manera la violencia institucional que, de nuevo, con golpes, descalificaciones y declaraciones directa de guerra como la realizada en las últimas horas por el presidente Donald Trump, siembra en el seno de las sociedades la semilla del rencor y el resentimiento.
En el país del norte, mientras tanto, la furia que recorre las calles sigue siendo un grito de ayuda y un pedido de justicia, aunque muches aún no quieran escuchar. «Imputen a la policía» pedía Tamika al referirse a los asesinos de George, mas no como una consecuencia legal sino como aquello que les deben.
«Hagan lo que dicen que supuestamente representa a este país: – La tierra de los libres, para todos – . No lo ha sido para los negros y estamos cansados. No nos hablen sobre los saqueos, son ustedes los que nos han saqueado» culminó.
El negro de mierda, ¿de quién?
La generalización es el principio del prejuicio. A partir de allí todo crece con la fuerza de un tsunami que arrasa con cualquier matiz posible, y el racismo es una de sus manifestaciones más fieles.
Sin embargo, creemos que la pregunta que la sociedad se debe es, ¿de qué o de quién hablamos cuando hablamos de racismo? Hacer una mirada retrospectiva respecto de esto nos llevará a darnos cuenta de que mientras nos alarma la muerte de George, en Argentina aplaudimos al policía que mata por la espalda en medio de la ciudad y hacemos de su nombre una doctrina.
El discurso de solidaridad e igualdad que empezó con una pandemia no tardó en virar al odio y la intolerancia cuando los privilegios se pusieron en jaque.
La estigmatización de la pobreza que se construye desde los medios de comunicación es tan endeble, que un día nos coloca como jueces y al siguiente como culpables. Porque no importa cuánto dinero tengas, el auto en el que te mueves o el color de tu piel, si es necesario serás el negro de mierda de alguien.
Por eso desde Pájaro Comunicación insistimos en sostener miradas y lecturas críticas que nos interpelen e incomoden para no caer en los lugares comunes que el poder construye para su beneficio, en el que siempre, se buscar dividir para ganar. Porque creemos que son las instituciones, las familias, las publicidades, las películas, quienes se encargan de crear y reproducir diferencias hostiles, disfrazadas de discursos meritócratas, donde el clasismo se funde con el racismo.
Cada une de nosotres puede fundar espacios más inclusivos y respetuosos donde el trabajo colectivo no sea sólo un slogan de campaña. Hoy en las calles son las personas las que gritan basta, son les excluídes quienes alzan la voz para salir de una vez por todas a la luz, aunque todavía muches se nieguen a verles.