Sentir que nos falta el aire es desde hace varios meses una alerta que atraviesa al mundo. Sin embargo, cuando la experiencia deja de ser personal o de sentirse muy pero muy cerca o incluso cuando no es parte de la agenda mediática, el peligro se diluye tanto que llega a ser ignorado.
Así sucedió el pasado 27 de junio en la provincia argentina de Tucumán, cuando dos efectivos de la Policía redujeron a Walter Ceferino Nadal y uno de ellos le colocó su rodilla en la nuca con el fin de inmovilizarlo para detenerlo, por presuntamente robar una gorra. Pero el hombre de 43 años que yacía en el suelo con un policía encima comenzó a palidecer y a gritar de manera reiterada: “me falta el aire, me falta el aire”, mientras que del otro lado, quién lo reprimía repetía: “no seas cagón”. El grito de alerta reflejaba lo que estaba pasando: Nadal estaba muriendo, estaba siendo asesinado.
“Al parecer, los policías parecían no creerle que no podía respirar” relató uno de los testigos de la violenta escena que terminó con Walter muriendo por asfixia, según lo confirmó la autopsia solicitada por la fiscal Adriana Giannoni que terminó contradiciendo la versión policial que indicada como casusa del deceso un infarto.
Vale recordar que la policía tucumana está bajo la lupa, además, por el crimen de Luis Espinoza, un peón rural de 31 años que fue asesinado por la espalda y cuyo cuerpo estuvo desaparecido del 15 al 22 de junio.
Por su nivel de similitud, resulta casi imposible no remitirse al caso de George Floyd, el afroamericano asesinado por policías en Minnesota, Estados Unidos. Sin embargo, aquella muerte que levantó a parte del mundo bajo la consigna “La vida de los negros importan” corrió con mejor suerte mediática que la del caso tucumano, como si unas vidas valieran más que otras.
Y así, mientras los sistemas sanitarios buscan fortalecer sus terapias intensivas con más respiradores, en medio de una pandemia que te quita el aire, la violencia institucional y el abuso de poder nos mata de asfixia.
A muches el aire se les termina cuando las oportunidades no llegan o las desigualdades los arrastran, allí la asfixia se vuelve social de la mano de la apatía que nos impide ver que, en realidad, no importa el recorrido que hagamos, en el final, seremos todes parte del mismo aire.
En tiempos de urgencia poner luz sobre lo importante, es obligación. Que la pandemia no te tape los ojos, afuera el aire nos sigue faltando y no se soluciona con un respirador.