Una pandemia mundial parece ser suficiente para desestabilizar la economía mundial pero no tanto el régimen que la sostiene o las actitudes que tenemos como personas individuales o como empresas. Esta reflexión se entiende mejor si vemos estos dos titulares juntos por ejemplo:

Por un lado, se «descubre» que proteger el entorno natural es necesario ya no sólo por cuestiones más asentadas como el cambio climático o la protección de los ecosistemas, sino porque al echar a las especies de sus hábitats y comerciar cada vez con una mayor variedad de ellas, nos estamos exponiendo a nuevas enfermedades zoonóticas. Es decir, enfermedades que «saltan» de animales a seres humanos, de las cuales por cierto hemos tenido unas dos nuevas cada año en el último siglo. Y esto no es más que la punta del iceberg de lo que nos espera si lo sumamos a climas cada vez más hostiles, escasez de recursos básicos como el agua potable o una mayor cantidad de catástrofes naturales como tormentas tropicales desmedidas.

Imagen de los vagones arrojados al río Sil

De la otra parte, esta semana vemos cómo Adif, entidad pública encargada de las infraestructuras de ferrocarriles en España, protagoniza un nuevo desastre ecológico. Y sí, se trata de un desastre porque más allá de los resultados directos que pueda tener para el ecosistema, pensemos realmente en qué mensaje se envía a la sociedad cuando vemos que una empresa pública arroja dos vagones al río Sil (Ourense, Galicia). Todo ello sin ningún cargo de conciencia aparente por las personas responsables de dicha decisión y con la promesa de retirarlos tras la amenaza de una multa millonaria, «era imposible retirar los vagones con grúas y que esa era la única manera de liberar la vía» señalaban los operarios. Tenemos un grave problema si nos preocupa más lo «fácil» de liberar una vía atascada que no destrozar nuestro entorno.

No hemos tardado en reaccionar a las medidas necesarias por la COVID-19 como mascarillas, distancia de seguridad, aforos limitados, entretenimiento online o teletrabajo, pero, ¿qué hemos hecho ante la emergencia climática? ¿Qué hacemos para reducir nuestro impacto en la Tierra?

Recordemos que este problema se origina durante la Revolución Industrial, es decir, desde hace algo más de siglo y medio. Pues como soluciones reales hemos hecho poco y nada. Protocolos flojos que no se cumplen, límites de emisiones con fronteras temporales totalmente ajenas a la realidad y poca conciencia social con respecto a la ecología. Aunque eso sí, la Unión Europea declaró la Emergencia Climática el 28 de noviembre de 2019, para mostrar su compromiso  (sin preocuparse mucho más al respecto).¿Qué vamos a hacer cuando España sea un secarral? ¿O cuando las heladas en Europa duren tanto que no se pueda seguir cultivando? ¿Qué haremos cuando la costa argentina se vea 

inundada por la subida del nivel del mar? ¿A dónde vamos a ir? No le des más vueltas, no existe una alternativa viable.

Suenan a presagios apocalítpticos de esos que nunca se cumplen porque ya empezamos a vivir los efectos y ya hemos acabado con incontables especies. Tampoco vale el pensamiento de «será problema de quienes vengan detrás» porque como sociedad, y siendo biologicistas, como especie, tenemos la obligación de preocuparnos por la superviviencia de a quienes legamos el planeta.

En Pájaro Comunicación nos preocupamos por hacer el mundo un lugar mejor desde nuestro punto, que es ayudar a mejorar la manera de comunicarse de empresas, entidades y personas. Los mensajes que mandamos y las acciones que emprendemos deben ir en esa línea. La sociedad no mejora sólo por el desarrollo científico-tecnológico o por la acción de personajes aislados, se trata de que todas las personas desde nuestras posiciones hagamos lo que esté en nuestras manos. Por el legado de quienes vinieron antes y ya no está, por el de las próximas generaciones y por nosotras mismas.

Esto es aún más palpable cuando hablamos de grandes empresas que tienen la capacidad de llegar a un público enorme. Tiene que materializarse en acciones positivas para la sociedad, que la responsabilidad social corporativa sea algo más que una etiqueta y de verdad se preocupen por algo más que ganar dinero.  como decía el Tío Ben, «un gran poder conlleva una gran responsabilidad».