Hace una semana el observatorio de violencia de género “Ahora que sí nos ven” difundió las cifras de femicidios producidos en Argentina, durante el 1 de enero y el 31 de agosto de 2020. El relevamiento realizado en base a los datos de medios gráficos y digitales de todo el país arrojó que 199 mujeres fueron asesinadas por la violencia machista.
Siete días más tarde la cifra ya era vieja, porque el pasado domingo a Ludmila Pretti de 14 años, la mató Cristian Adrián Jerez. Un hijo del patriarcado al que no le alcanzó con intentar abusar sexualmente de ella; tuvo que recordarle con la muerte que resistirse no era una opción.
Ludmila estaba desaparecida desde la mañana del domingo y apareció muerta en la casa de Jerez ubicada a cuatro cuadras de su domicilio. Su cuerpo estaba oculto debajo de una cama cubierto con colchones y envuelto con una chalina; la misma que su asesino utilizó para asfixiarla
Jerez quien se dio a la fuga después de presentarse en la comisaria de Moreno como testigo de de la causa de desaparición junto a los amigos y familiares de Ludmila, finalmente fue detenido en la madrugada del martes.
Y mientras las muertes siguen engrosando las estadísticas cada 29 horas, nos toca mirar de frente un panorama, tan desalentador como preocupante, que nos obliga a preguntarnos una y otra vez ¿por qué no paran de matarnos? ¿Estamos aplicando las estrategias correctas? ¿Nos estamos dirigiendo al público realmente involucrado? ¿Por qué el machismo sigue avanzando con la sangre de las pibas en las manos?
Todavía son muchas las fallas en torno a los procedimientos que deberían cuidar y preservar la vida de las mujeres. Desde la inacción policial y falta de seguimiento de las causas hasta el incumplimiento sistemático de las medidas de protección como restricciones perimetrales o destituciones del hogar.
De hecho, de los casos relevados en 2020, un 35 por ciento había realizado una denuncia penal previa mientras que el 12 por ciento contaba con medidas judiciales. Ellas denuncian, ellas se acercan a la Justicia, pero igual mueren. Algo no funciona, y el costo es demasiado alto.
Morir en el intento
La violencia de género es un inmenso iceberg, sostenido por mandatos, prácticas culturales, discursos, estereotipos y comportamientos que bajo el halo de la normalidad se han naturalizado y fortalecido a lo largo de la historia.
Si bien el feminismo se afianza como el camino alterno para logar que la sociedad se construya sobre pilares más igualitarios e inclusivos de todas las personas, lo “normal” sigue dando batalla en las pequeñas cosas.
Para vencer al patriarcado es necesario asumir el compromiso de actuar cuando las alarmas se encienden. Mientras Ludmila era atacada sexualmente por su asesino, ella se defendió y gritó: “me quiero ir”. La voz de la joven fue escuchada por les vecines, pero creyeron que se trataba de una “pelea normal” y no hicieron nada.
No seas indiferente. “Nos matan a las pibas en la cara de la gente”