Encontrar desigualdades entre hombres y mujeres es, muy a nuestro pesar, demasiado fácil. Alcanza con elegir una categoría cualquier ¡y ahí está!: brecha salarial, menores niveles de escolaridad, escasa participación en puestos de liderazgo y toma de decisiones, mayor dedicación a las tareas de cuidado, techo de cristal, altos índices de desempleo, subocupación; y claro, precarización laboral.

A menudo la realidad que representa cada una de estas desigualdades, es cuantificada por sondeos y estadísticas que, si bien ayudan a visibilizar las problemáticas, suelen dejar afuera la realidad de otras mujeres: las que crían solas.

Un año atrás, el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC) difundió un estudio que daba cuenta de cómo fueron mutando los tipos de familia en Argentina. El mismo arrojó que entre 1986 y 2018 las familias con un solo padre o madre e hijes se incrementaron de 12% a 19%.

Son las (mal) llamadas “monoparentales” (porque sí, el patriarcado no se iba a perder la oportunidad de dejar su marca en el lenguaje) aunque en su mayoría se trata de mujeres que crían solas a sus hijes; una situación que se repite en otras latitudes. En España, por ejemplo, la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social en el Estado Español (EAPN) relevó en 2018 que, del total de hogares monoparentales, el 81,9% están encabezados por mujeres, es decir son monomarentales.

Pese a este crecimiento, es un sector sumamente excluido. Las políticas públicas suelen desconocer su realidad e incluso hasta llegan a perjudicarlas, cuando se trata del cobro de asignaciones o subsidios que muchas veces son adjudicados a padres ausente, que no asumen paternidades responsables, pero acceden gustosos a lucrar con ellas. Ni hablar si una situación de violencia de género las atraviesa, en ese caso muchas se encuentran ante el dilema de optar entre el riesgo de vida y la necesidad económica.

Ellas también son, por múltiples aspectos, unos de los sectores más afectados por la pandemia, ya que mientras los informes remarcan la desigual distribución de tareas dentro del hogar, pocos recuerdan que, en el caso de ellas, las que cargan solas, no hay “plan B” a la hora de enfrentar teletrabajo, limpieza del hogar, compras y acompañamiento pedagógico de les niñes.

Y es que el confinamiento les ha quitado incluso la red de contención que a menudo les ayuda a combinar la doble carga; una red que en general está compuesta por otras mujeres de su entorno: madres, hermanas, tías o amigas. Si de abueles hablamos, las opciones vuelven a cerrarse para quienes maternan solas, dado que elles representan un grupo de riesgo para los tiempos de pandemia que corren.

Si volvemos la mirada sobre el ámbito laboral, la desigualdad tiene pinceladas especiales para las mujeres con hijes. Otro informe del CIPPEC advirtió que: “desde 2003, los varones con hijos son el grupo que alcanza mayores niveles de participación laboral (en torno al 95%), le siguen los varones sin hijos (entre el 85% y 90%). Muy por debajo se encuentran las mujeres sin hijos (entre el 65% y 70%) y quienes menos participan del mercado de trabajo son las mujeres madres (en torno al 60%)”

El panorama vuelve a poner de manifiesto la ausencia de una perspectiva de género que atraviese la toma de decisiones en ámbitos que resultan fundamentales para el desarrollo humano, dado que mientras la posibilidad de trabajar o crecer profesionalmente se vea limitada por los estereotipos que refuerzan y naturalizan la asignación de roles por género, las familias monomarantales seguirán siendo víctimas de la exclusión.

A imagen y semejanza, ¿de quién? 

La reproducción de los estereotipos que arriba mencionamos suele encuentra su mejor canal de difusión y reproducción en los medios de comunicación. En ese contexto, un sector de la industria del cine suele cumplir con creces ese propósito sobre todo si se trata de mujeres y su imagen.

Al parecer no es suficiente reforzar estereotipos de belleza ligados a la exposición de cuerpos hegemónicos o recurrir constantemente a figuras masculinas para construir la idea de éxito y liderazgo, también es necesario arrojar cuotas extras de felicidad y superación sobre realidades donde el odio, y la discriminación están a la orden del día.

Como agencia de comunicación ya lo advertimos en el ciclo CUERPOS cuando analizamos los lugares que la industria audiovisual asigna a las personas con cuerpos gordos en las películas o series: uno que, si no está vinculado al fracaso sistemático de todo aquello que emprenda en la vida, entonces estará del lado del ridículo o la imperiosa necesidad de verse feliz siempre, sobre todo para les demás.

Algo parecido sucede con las mujeres que crían solas. En las películas ellas lo hacen todo (como en la vida real) sólo que nunca se quejan, no necesitan ayuda ni tienen días malos. Son exitosas, se ven espléndidas, las cosas les salen bien; ¡hasta son capaces de mantener una vida social activa! Casi ciencia ficción…

No es que ellas no puedan lograr todo lo que el cine nos muestra, lo que sí es injusto es omitir la parte de la realidad que las oprime con falta de oportunidades o discriminación, lo que a su vez construye un falso imaginario en torno a las necesidades, problemáticas y desafíos de las familias monomarenteles.

Comunicar desde la empatía puede resultar insuficiente si no se acompañan los discursos y las acciones con responsabilidad. Si tenemos la posibilidad de arrojar luz donde no la hay que sea con el compromiso de que aquello que hagamos sea un aporte para que muches otres vivan mejor.