En tiempos de pandemia y con un panorama poco alentador aún, la mayor parte de gobiernos aluden a la responsabilidad individual de la ciudadanía para poner freno a la que ya se conoce como la segunda ola de coronavirus. Esto se hace además desde una perspectiva lejana y sin demasiado esfuerzo por parte de administraciones y empresas. Lejos de lograr empatizar con la población los mensajes que se dan destacan por ser escasos y confusos.
Con este contexto, la misma gente a la que se le pide que «sea responsable» sin ofrecerle las herramientas e información adecuadas ve cómo todo lo que daba por hecho se tambalea. Probablemente haya pasado por un ERTE (Expediente de Regulación Temporal de Empleo, para quienes no estéis familiarizados con esta figura se trata de un cese temporal del trabajo por causa de fuerza mayor) y se haya reincorporado hace no mucho y con restricciones, tenga familiares que hayan perdido su empleo o su negocio haya quebrado, que hayan enfermado, pasado por una cuarentena sin saber qué pasaría con el trabajo, una vuelta al cole torticera y con pocas garantías y un largo, largo etcétera.
En ese momento algo hace clic en el cerebro y todo se relativiza. Los problemas globales parecen una cosa lejana y pasan a un plano secundario frente a un nuevo sentimiento que se instala: el miedo.
Cuando el miedo te domina
Miedo a lo desconocido. Miedo a no saber qué ocurrirá en el trabajo. Miedo a perder la estabilidad económica, que se traduce en la ansiedad de qué hacer cuando no puedas pagar la tele, el coche, la casa, la comida… No quieres acercarte a una PCR ni por accidente, no vaya a ser que des positivo y tengas que hacer cuarentena. O incluso peor, que cierren la tienda en la que trabajas porque no pueden permitirse hacer cuarentena. Tampoco quieres escuchar ya nada que tenga que ver con el virus, la pandemia, las leyes, el gobierno ni nada, sólo piensas en la cantidad de problemas que te ha generado la enfermedad y, por lo que has sentido como tal, una mala gestión.
Piensas que para qué llevar puesta la mascarilla donde no hay nadie o cuál es la razón para que no puedas encontrarte con tu prima de Lleida mientras hay gente subiendo a metros y aviones abarrotados y decides quedar igual, aunque no debas.
Haces todo eso porque tratas de tomar las riendas de aquello que puedes, luchando contra viendo y marea por mantener el statu quo. De hecho, eres tan reacio a los cambios y a todo lo relacionado con la pandemia que, según el barómetro de septiembre del CIS, es muy probable que no aceptaras vacunarte si pudieras.
Tus acciones son egoístas, sí. Pero, ¿se deben realmente al egoísmo o son sólo una reacción al miedo que te produce la incertidumbre?
Ahondando en las discriminaciones
Y sí, una vez más quienes más sufren son las personas que peor lo pasaban antes. Se echa la culpa a la inmigración y, en palabras de la presidenta de la Comunidad de Madrid, a «su forma de vida» sin siquiera atender a la realidad de los contagios. Las personas trans, ya de por sí excluidas sistemáticamente del mercado laboral, ven cómo sus oportunidades se reducen al mínimo, muchas veces teniendo que convivir en un entorno hostil por no poder independizarse. Y, cómo no, las clases sociales más bajas, mucho más expuestas a contagios tanto por el tipo de trabajo como por los recursos de que disponen, sin tiempo, con protocolos inconsistentes, un formato de vida «online» que olvida la brecha digital y que deja a muchas personas en fuera de juego.
Ya no se trata sólo de qué se hace o se deja de hacer por estos colectivos, también hay que hacer un ejercicio de empatía, de trasladar el mensaje de que hay alguien que se acuerda de ellos y de trabajar por incluir a toda la sociedad bajo el mismo paraguas que la proteja de las lluvias que trae la vida.